viernes, 22 de diciembre de 2017

Cuentos y Poemas ganadores - 2017

Categoría Poesía




1er Premio: "Ayacucho", de Belén Durruty




Ayacucho


Boca de lobo,
le decían.
Solamente están
la presencia difusa
de dos personas
en la mano de enfrente
y los edificios
que amenazan con caerse.
Miramos nuestros pies
y no los encontramos,
como aquella vez que
los metimos en ese río
de agua turbia
que, según nos dijeron,
transportaba cianuro.
Pero esta vuelta
-y tampoco aquella, pienso-
hay nadie que pueda
advertirnos si
un pozo se nos avecina
o si corremos peligro
de perder un zapato
o si sale detrás nuestro...
¿Alguien?
No.
Por la avenida Córdoba
hasta los autos desaparecieron,
como nuestros pies.
Solo dejaron, de ellos,
unos cuantos faroles
fugaces que vienen
de a parejas.
Por la avenida Córdoba
hay algunas sombras
corriendo
para un lado y para el otro.
Algunas hacen señas
desesperadas para que
paren los colectivos
donde sea,
como si fuera
el último
día
de nuestras vidas.
Cuerpos oscuros
corren de acá para allá
escapando de algún
perseguidor oculto,
pero ¿quién está en estas calles?
Los faroles se fueron,
esta noche.
Pensaron –me imagino-
“Que se arreglen solos,
a ver si pueden.”
La salida está por allá
-faltaría que pongan el cartel
y la flecha-
a unas cuadras
donde se divisa
un bar pintado de blanco,
luminoso, radiante.
Varias sombras
se acercan
y se acobijan,
como pueden,
en su puerta.


Mención: "Anecdótico" de Florencia Costales



Anecdótico


I
Hay que arreglarse
hay que corregirse
hay que aliñarse
la cara,
Hay que mirarse y agotar
el espejo,
y se toca, se gira,
la crema se desliza por el plástico,
se calientan y enfrían las manos,
se vuelve una prótesis.
Me empasto de nuevo,
el barro el barro,
el barro se confunde entre huellas gastadas,
me retuerzo las mejillas y aprieto los poros,
y los puntos
y la carne
pinto pinto y pinto y la cerámica me exige
y prenso el tiempo como una imprudente,
quedo como una vasija
dispuesta a caerse
rehén de la circunstancia.

II
Me convenzo que la tarea está finalizada
intento levantar la mirada, acomodar el mentón
y con el cuerpo enderezado
me creo un triunfo, ingenuo despojo
Entre coreografías arrojo y desprecio telas
hasta enfundarme
la piel minuciosamente seleccionada
para negar esta humillación

III
Una mancha de yeso
que intenta tachar
la hendidura
toma la forma
de mi dedo
y funde seco
cada relieve.
En su fina abrasión
la hago propia
como un rayo de sol
que no pide permiso
entre las cortinas.
La raspo y la acaricio
pero la piedra no
es piedra
Es gota fría
de tormenta,
tinta azul que
se revienta
cartucho de pluma
que se extiende
por el ramaje
de mi sangre,
arpillería de acuarela.


Mención: "Mitad", de Teresa Noemí Gerez



MITAD

Esto de andar partida
en dos
y vivir con la mitad
de los ojos
la parte izquierda
o derecha
según la ocasión
Esto de caminar con un solo pie
una sola pierna
de despertar a medias
de este lado de la vigilia-sueño
                    es
la más dolorosa y bella
ración
de algo así llamado amor
Ser la mitad de otro
en estos tiempos
en los que todas
queremos ser “nosotras mismas”
una sola
e independientes

No se trata de un doble
o alter ego
Tal vez sí?
Peor
Es “la mitad”

Se imaginan ustedes
ver
caminar
la mitad de
una mujer?





Jurado: Enrique Foffani, Pablo Martínez Gramuglia, Edgado Pígoli, Elisa Salzmann.



Categoría Cuento




1er Premio: "Sobre cómo los mortales hallaron la muerte, o Viceversa", de Federico Arroyo



Sobre Cómo Los Mortales Hallaron La Muerte, O Viceversa

"La muerte es algo que no debemos temer porque, 
mientras somos, la muerte no es y cuando la muerte es, 
nosotros no somos".

Antonio Machado


-Está muerta. - Dijo alguien que no alcanzó a ver. Un enredo de bultos se entrelazaba entre Oriol y el espectáculo. Todo tipo de comentarios y gritos se expandían como ondas desde la otra punta del vagón, que iban desde “déjenle espacio”, “llamen a un médico”, “esta sobreactuando”, “desvístanla” e incluso el de “está muerta”.

Las cabezas se movían de un lado a otro para intentar ver algo de aquella tragedia. Pero la suya permanecía inmóvil. Solo se dedicaba a recaudar los comentarios que cada vez se volvían más oscuros. Incluso la luz del vagón parecía apagarse, como si el tren pasara por debajo de esos túneles infinitos, que desde afuera parecen tragárselo con una furia hambrienta, indisimulada. Como si las sombras quisieran tomar el control. Cerró el periódico derrotado. Afuera el sol brillaba en la hora más dramática del mediodía, ese momento del día en que la frente se llena de vergonzoso sudor, y los antebrazos descubiertos se vuelven enrojecidos, calientes. Quizás todo estaba pasando en su cabeza. Quizás era un sueño escurridizo de las siestas ferroviarias. El tren parecía acelerarse, y la temperatura bajaba. ¿Qué, de todo eso, era real?

Con el periódico bajo el brazo, Oriol se levantó de su asiento, y se dirigió hacia el ovillo de personas luchando contra los sacudones violentos que intentaban impedirle el paso. Un viejo rezando a su derecha y una joven dormida más adelante parecían estar ajenos a todo. Los murmullos ascendían en oleadas a medida que se acercaba. Cuando estuvo más cerca, inevitablemente, su cabeza comenzó a pendular en busca de respuestas, junto a las demás. Parecía imposible. Una mujer de sombrero de paja, y vestido naranja le dijo al oído mientras se colocaba un abrigo, que la otra no resistió el viaje. Resistir, pensó. Intentó avanzar unos metros más amoldándose a los huecos que los bultos dejaban, huecos que funcionaban como pulmones a punto de colapsar por la falta de aire, y de aquel exceso de tensión.

Logró divisar, sobre el pelo trenzado de una niña muy rubia que comía una banana y observaba cual cinéfilo la penosa función, a un hombre de saco gris arrodillado con ambas manos sobre un cuerpo inerte. Una masa amarilla se hallaba inmóvil en el suelo del vagón.

Los cuchicheos se volvían más intensos desde esa cercanía, pero Oriol ya no los escuchaba. Está muerta, volvió a decir el hombre de saco. Las sombras terminaron de apoderarse del vagón. El tren estaba a unos minutos de la próxima estación.

Una angustiosa sensación le cerraba el pecho, se lo oprimía por completo. Ahora sí, escuchaba los gritos. Las luces titilaban como si anunciaran la llegada del clímax de la obra teatral. Oriol, mientras, seguía sin saber si estaba despierto. De pronto, las sombras se disiparon como si algo las asustara y las hiciera huir por las rendijas de puertas y ventanas. El silencio era ahora el que conducía el tren. Ni los cuchicheos, ni el masticar de la niña, ni el rezar del viejo, ni los ronquidos de la joven, ni el andar sobre las vías, ni los cantos de los pájaros que logró divisar por las ventanas se oían ya.

Los pasajeros asustados, desarmaron el gran revoltijo de curiosidad. La señora del sombrero comenzó a gritar. Una mancha amarilla, crecía sobre la pollera de su vestido, como si una lapicera de pluma descargara su tinta sobre el papel. Crecía tan rápido, que en unos segundos su vestido naranja dejó de ser naranja, al igual que el moño de seda que envolvía su sombrero. Un joven notó que su camiseta de franjas de colores también sufría la misma transformación. El silencio fue ahogado por la histeria.

Oriol se miró a sí mismo, buscando algún rastro de aquel misterioso amarillo amenazador. No encontró nada. Pero a su alrededor, todos eran atacados por esta fuerza extrañamente bella y colorida. Se iba perdiendo el contraste entre la masa inerte del suelo y los demás. El hombre del saco gris parecía disfrutar el show. Se divertía buscando manchas en los demás, que corrían tan escandalosamente de un lado al otro que parecía que el vagón iba a descarrillar. Los contaba. Se ría. Pero un golpe de suerte —para el malevo color, no para él—, hizo que el botón de la manga derecha de su saco, se transformara. Su risa desapareció lentamente como el rocío sobre los girasoles después del amanecer. Enloquecido, se dirigió a la puerta y comenzó a golpear, patalear como un niño caprichoso.

Oriol, después de todo lo que había sucedido, aún con el periódico bajo el brazo y sin manchas sobre él, se acomodó en el primer asiento que tuvo a mano. A su lado, la niña rubia perecía ya con su cabeza apoyada sobre el cristal de la ventana y la cascara de la banana se perdía entre la falda de su vestido. Apoyó su cabeza sobre el respaldo, respiró suavemente. El tren comenzaba a bajar la velocidad, y por la ventana se veían pequeñas casas. Afuera del tren, el aire caliente se divisaba sobre los techos. Adentro, los gritos disminuían. Prefirió no pensar por qué.

Finalmente, el tren llegó a la estación, y las puertas maltratadas por las personas asustadas, se abrieron. Era una carrera. Se pasaban por encima, pisaban a las masas tendidas en el suelo. Todos salían disparados por donde podían, como las ratas que huyen por las vías cuando sienten las vibraciones del tren, temerosas ante una posible muerte. Algunos no lograban llegar a salir de la estación, ya que caían muertos en el intento.

Abrió el diario para continuar con su lectura. Y al mirar hacia abajo, divisó lo peor. La mancha amarilla, majestuosa, se deslizaba por su pierna izquierda como una serpiente que mostraba sus afilados colmillos. Sonó la chicharra, y las puertas volvieron a cerrarse. Leyó uno de los titulares del diario, sonrió y dijo: Al final, todos lo estamos. Y el tren continuó su camino.


Mención: "Sin rueditas", de María Florencia Penén Ramírez




Sin rueditas


Cuando apareció un señor con barba de cotillón y una vestimenta que no era compatible con el calor de esos días, desubicado en ese patio con ventilador y pileta de lona, decidió, como se decide a los cinco años, aceptar y sostener el pacto ficcional. Como se decide a los cinco años, es decir, imaginó posibilidades fantásticas, maravillosas y alguna que incluía extraterrestres y ciencia, y finalmente, tejió una teoría aceptable.

Su hermana le había explicado con una pelota de telgopor y una linterna la rotación de la tierra porque lo acababa de aprender en cuarto grado en el colegio de las monjas, y le parecía un saber fundamental que debía transmitirle. Julia había entendido, como se entiende a los cinco años. Entonces sí era posible, todavía, explicar la existencia de un personaje generoso que recorriera el planeta, incluidos los suburbios de Morón, a la velocidad de la luz, pues husos horarios y movimientos planetarios lo permitían. La franja de piel entre el gorro y los rulos blancos de plástico de su barba, se parecía demasiado a la de su papá, como señaló a su hermana mayor, pero era verdad que muchos señores se parecían a él.

Julia creía que por las noches no dormía. Estaba segura de que no podía dormir. Las noches pasaban lentas, larguísimas, y cuando llegaba la mañana recordaba las vigilias de aburrimiento y de avistaje de formas amenazantes en los percheros y placares. Pero no recordaba el descanso ni el abrigo de las frazadas ni el placer de dormir. Por eso, creía que no dormía. Julia se explicaba a sí misma ciertos fenómenos, generaba hipótesis, presentaba pruebas irrefutables y relatos que unían los hechos en relaciones de causa consecuencia, infalibles. 

Como son los relatos a los cinco años. Infalibles. Indestructibles. Las fábulas, las parábolas, el títere da la seño que no era un títere, que estaba animado realmente, pegado a su mano, y que no tenía la voz de la seño Susana sino palabras y vida propias. Los payasos, que no eran personas maquilladas, sino seres que amanecían y envejecían con boca roja, chistes, malabares y pelos de colores. La catequesis de preescolar era indestructible también. Llegaba a casa con una metralleta de preguntas que entre su hermana y su abuela se encargaban de rechazar, evadir, contestar y completar con ejemplos y mitos fabulosos. Se apoyaban en libros con ilustraciones increíbles, y era evidente que si estaba en un libro tenía que ser verdad.

Seguramente los gritos, los llantos sordos, los tironeos y los resbalones que venían de la cocina tenían que tener también su explicación, pero nunca quiso preguntar. Una vez sus papás se pusieron a gritar en medio de una autopista, y su mamá se bajó del auto con Julia y su hermana. Hubo una historia que explicó ese suceso, que quedó guardada en su memoria, aunque no recordaba cómo habían vuelto a casa.

Un día quiso aprender a andar en bicicleta. Su papá y su hermana prometieron enseñarle. Levantaron un poco una de las rueditas, la acompañaron en la entrada del auto, en bajada, corrieron por la calle guiándola. Con alguno de ellos a su lado, había momentos en que sentía la magia de estar en el aire. Pero esa euforia y esa libertad no duraban más que unos segundos.

Pasó unos días en la casa de sus tíos en General Rodríguez. Ahí, el gran parque y las calles tranquilas que rodeaban la quintita eran el espacio ideal para aprender. Y allí aprendería. Después de todo, se había propuesto aprender a leer y lo había logrado, insistiendo a todos para que la ayudaran a unir letras y sonidos, para que le repitieran palabras que señalaba en carteles. Pero esa vez no funcionó. El mal tiempo y unos raspones la alejaron de su objetivo, pero sólo temporalmente.

Descubrió, después de unas minuciosas mediciones, que el problema era la bicicleta. Ya había quedado muy chica para ella, que crecía todos los días, como le decía su mamá. Convenció a todos de que necesitaba una nueva, insistió con gritos y llantos, y el verano siguiente un Papá Noel extra abrigado trajo una rosa y fucsia, reluciente, con canasto y sí, con un hermoso par de rueditas, que todavía necesitaba para aprender a independizarse de ellas.

Fue agregando los accesorios necesarios para convertirla en una nave eficiente y poderosa. Un ojito de plástico rojo sobre la rueda trasera, que refulgía en la oscuridad. Una bocina para que te dejaran pasar si la apretabas, una alforja indispensable. 

Julia elaboró un relato para elfuturo en el cual ella aprendía a andar en bicicleta antes de empezar primer grado, que era su papá el que le enseñaba, que iba a andar por su cuadra ese mismo verano. Que contaba eso a sus compañeros el primer día de escuela. Como pronto sería realidad, fue practicando las frases, los silencios con suspenso, el desenlace de la historia. Pero las ausencias cada vez más largas de su padre se fueron extendiendo todo el verano. 

-Tu hermana te va a ayudar, es muy fácil, finalmente vas a aprender sola –le dijo su mamá retorciendo un repasador-. Cuando papá vuelva de pescar le mostrás cómo te sale. Sólo tenés que animarte. 

Cuando febrero trajo esas interminables semanas de lluvia, y las noches de aburrimiento se volvieron largas crisis de llanto y pataleos, la bicicleta empezó a pasar muchos más días como decoración en el jardín delantero que como vehículo. Los relatos de la pesca primero, del viaje de trabajo después, de la visita a los tíos de Uruguay, iban haciéndose más débiles. Ni su hermana ni su mamá eran muy buenas para explicar las historias. La verosimilitud flaqueaba cuando las agarraba por separado, hacía preguntas, registraba la información, acumulaba discordancias. La abuela directamente cambiaba de tema o la ignoraba. Su papá tenía que enseñarle a andar en bicicleta, qué otra cosa más importante tendría que hacer. Sin embargo, nunca le habían mentido. Siempre le habían explicado el mundo con sabiduría y lógica. 

Fueron a comprar una pluma, cuadernos y un uniforme nuevo, y Julia todavía no había podido completar la gran historia que quería contar a sus compañeros el primer día de clases. 

Entonces, una mañana soleada y fresca después de una fuerte tormenta eléctrica, decidió que tendría que arreglárselas sola. Que, como decía su mamá, quizá la única manera de aprender era animarse. Era muy temprano, se levantó más temprano que nunca. Al llegar a la cocina vio a su papá. Se ilusionó, lo abrazó gritando algo de ir a la escuela y de aprender a andar en bici sin rueditas. 

Estaban los dos ahí, como otras mañanas, su mamá y su papá, con la bandeja del mate. Hablaban en dos muy baja. Los dos estaban llorando. Mamá con mocos y un poco de hipo que trataba de controlar. Papá silenciosamente, como si le cayera agua de lluvia. La hermana más grande estaba sentada en la silla del rincón, con los ojos rojos y rodeando las rodillas con sus brazos. Pero todo eso lo vio después del abrazo, la corrida y los gritos, después de la emoción y la alegría, y se sintió un poco tonta, y también muy sola, porque era la única a la que le faltaba una parte de la historia. “Julia, papá no va a poder llevarte mañana a la escuela sabés, tiene que hacer un viaje muy largo, consiguió un trabajo muy importante, es lejos, pero pronto va a venir a visitarte.”



Tenía muchas preguntas, quería explicaciones y un relato con personajes, roles y conflictos por resolver. Iba a preguntar por sus lecciones de bicicleta para empezar, pero no le salió ningún sonido de la piedra que se le había formado en la garganta, y corrió a su cuarto, que estaba a tres metros nomás, como si eso pudiera apagar las voces, desaparecer la habitación contigua. No sabía qué pasaba, pero decidió que era la primera historia que no creería. Pensó que tal vez todas las otras también eran mentira.


Mención: "La forma de un corazón", de Juan Cruz Bergondi




LA FORMA DE UN CORAZÓN

Es un día hermoso. Hay sol, viento, y el cielo está despejado. Tengo que agradecer, piensa N., que hay sol y el cielo está despejado. Mi mamá insistió toda su vida para que fuese una mujer agradecida, porque nunca me faltó nada. Para muchos, como están las cosas, es difícil ir a la playa. Que tu marido te lleve a la playa para disfrutar, lejos, el fin de semana, es como mínimo un lujo. Qué decir si vamos el jueves para aprovechar un día más. Para muchos, por más que se rompan el lomo durante el día, el descanso siempre es una promesa. Ella no trabaja pero necesita estos días en paz. No trabajo, y así y todo puedo pensar en mí. Y en Rubén, claro. Podría pasar el resto de mi vida frente al mar. N., los ojos cerrados, el asiento inclinado hacia atrás, advierte que golpean el vidrio del automóvil. Un joven la llama. El rostro anguloso, el cabello corto, los lentes de sol. Intenta maniobrar el miedo y con el dedo índice dice que no. Revisa la guantera. Dice no tengo nada. El joven golpea de nuevo. Encuentra un sobre negro con los papeles, un atado de cigarrillos y un cuaderno de hojas rayadas. Una boca roja en una servilleta blanca adentro del cuaderno. El joven golpea de nuevo. Es un día hermoso. Hoy se despertó temprano, ya hace tiempo no necesita alarmas. Puso un mate en silencio y se sentó a la mesa de la cocina. Mientras hacía una lista de las cosas que le gustaría para este fin de semana en la costa, escuchó, en la habitación, a Rubén. Aunque tiene los dientes amarillos, la sonrisa de Rubén es encantadora. Pensó que, después de todo, debía estar agradecida. La vida, para él, no fue fácil. La madre murió cuando tenía cinco años, y como el padre no estaba preparado, su abuela lo crió. La mamá de la mamá. Trabaja desde muy chico y a los dieciocho se casó con su primera novia. Pocos meses después, la abuela murió. Rubén siempre dice que fue la gran pérdida de su vida. N., la primera vez que lo escuchó, se puso a llorar. Y siempre que Rubén lo cuenta, cuando llega al momento en que su abuela murió, N. llora, no sabe si porque lo cuenta muy bien o porque ella tiene facilidad para escuchar en imágenes. El joven se va. Le dice algo, pero N. no sabe qué. Piensa que no debe bajar el vidrio. ¿Le gritó? La gente, en la calle, está muy violenta. No todos tienen mi misma suerte. Pero tampoco valoran nada. Mi mamá diría que, pase lo que pase, algo bueno se puede rescatar. Cuándo volvería Rubén. Antes de ir a la habitación, N. preparó, en una bandeja, un vaso con jugo de naranja exprimido, un vaso con agua y limón, un plato con tostadas recién hechas y un frasco de mermelada de tomate: su favorita. Vació el mate y puso otra vez la pava. Mientras se calentaba el agua, le llevó a Rubén el desayuno. Buenos días, dormilón. La sonrisa de Clark Gable. Un bocinazo. En el espejo retrovisor, N. advierte un Fiat Uno azul. Está estacionado y quiere salir. Un hombre toca la bocina sentado en el interior. Si puede salir, ¿qué quiere? Se confabulan, piensa. Pareciera que alguien les pagó. El universo todo se pone en su contra. Y no puede, sola, bajarse. Tiene que esperar. Esta parada es la última antes de un viaje sin interrupciones a Mar del Plata. El Fiat Uno azul arranca, y cuando pasa junto a ella, el hombre baja el vidrio y grita. N. no alcanza a oír y, con señas, por las dudas, dice que no. N. dice no escucho. El hombre acelera. El joven vuelve y golpea el vidrio. N. piensa que querrá unas monedas, pero, si se arriesga a bajar el vidrio, podría perder el control. En segundos podría ocurrir un desastre, bastan segundos para que el joven, si sabe cómo, la manipule y la obligue a bajar, o la obligue a hacerlo entrar y haya un forcejeo. Tiene miedo a que la secuestren. Pueden secuestrarte a cualquier edad, y no importa quién seas, si tenés o no dinero. Yo creo que la policía sabe quiénes son, y los del gobierno también saben, pero el mundo está planteado así, y si alguien los delatara, perderían el control de su mundo. Sabe que el joven es un delincuente. Cuándo volvería Rubén. La calle se empieza a desbandar. Después del primer mate, Rubén le dijo que estuvo pensando. La noche anterior fue crítica. Nunca, en estos años, pelearon al punto de que N. revoleara el teléfono contra la pared. Te vas, le dijo. No me importa adónde, pero te vas. El teléfono se reventó. Estuve pensando, dijo Rubén, deseo esto, la vida que llevamos juntos. N. pensó si era Clark Gable o George Clooney. En todo caso puede ser los dos. N. dijo quiero que la dejes hoy. Hubo, entonces, silencio. Quiero que vayas a la casa y la dejes. Yo te voy a acompañar. Y después, nos vamos a ir a Mar del Plata y no se vuelve a hablar del tema. Quiero que la dejes y que no esté en tu obra. No sé cómo vas a hacer, o que no esté o no la hagas. Rubén comió el desayuno, pero enseguida tuvo que ir al baño. Sentía un dolor fuerte. Ahora mismo ella debe suplicarle que no la deje. Mejor aún. N. piensa que la puta debe suplicarle que no la eche de la obra. Porque, está segura, en el fondo, no lo ama. Quién, como N., lo amaría. Quién escucharía con atención la historia de la madre muerta, de la abuela muerta, de la esposa muerta y el padre vivo en algún pueblito perdido del interior de Buenos Aires. N. y Rubén se conocieron en un taller de teatro dictado por Jaime Kogan. Rubén, cuando la conoció, estaba casado. N., cuando lo conoció, se sorprendió, primero, por su carácter, y segundo por su fuerza de voluntad. A pesar de lo que había sufrido, Rubén viajó a Buenos Aires para sobrevivir. En Dolores vivía Susana, la esposa, con sus tres hijos. El interés de N. por el teatro no pasó del taller, pero encontró, por fin, en el taller, a su galán. Cuando quiero algo, lo consigo. Te vi, te quise desde que te vi, y nos casamos. En un principio no fue fácil. Rubén es un buen padre y, aunque ya no quisiera a Susana, le importaban sus hijos y la respetó. Trabajaba, en la semana, en una carnicería allá en Dolores, y el sábado encontraba excusa para viajar a Buenos Aires, aquí está el teatro, les decía, y yo me quiero dedicar. Yo quiero actuar, Susana. Y le pidió el divorcio. Cuando los hijos crecieron pasaron por el período en que no le perdonaban a Rubén que hubiese abandonado a la madre con arteriosclerosis. Querés que te diga algo, le dijo a N. su mamá, todos los chicos se enojan con los padres. Con vos tuve suerte, claro, porque te enseñé a ser agradecida. Tampoco le perdonaban que haya sobrevivido al dolor, y de la mano de otra mujer. Nosotros respetamos a Susana. Yo no soy una mujer cualquiera. Por un lado, N. quiere bajar el vidrio para tirar la servilleta blanca, y por otro, tiene miedo. Encerrada en el automóvil con la servilleta blanca es estar, cara a cara, con la amante de Rubén. Allí no tiene escapatoria. Están juntas en un espacio mínimo, lo más parecido a un duelo que alguna vez vivió. ¿Va a dejarse amedrentar? Leyó que la boca perfecta era resultado de una proporción. Al fin, piensa, todo son proporciones, como cuando estudiás arte y las cosas se reducen al número de oro. Cree que en la boca el labio inferior tiene que ser dos veces el superior, o algo así, no recuerda bien. En todo caso la boca de esta chica es un mamarracho. Lo que más le duele a N. es pensar que Rubén es un hombre común. Si lo había considerado un artista con talento desparejo y de gran observación, ahora es también un mamarracho, un producto atravesado por normas, presiones y fantasías. Va a bajar el vidrio. Está desesperada. N. piensa que poder recordar nombres y apellidos sin proponérselo es un don maldito. Su nombre es Carolina. Tiene diez años más que Rubén y una carrera hecha de sombras. Algunos pocos la conocen en el medio y la crítica, cuando la vio, aunque casi nunca la vieron, le ensalzó la espontaneidad. Hablaron de la dulzura en su voz. Conoció a Rubén en una audición, se la había recomendado otro director, un amigo, que hacía tiempo había trabajado con ella en una obra de Berkoff. Un policía golpea el vidrio. Qué suerte oficial. Hay un joven, a ver, ahora no lo encuentro, pero debe estar por acá, que me quiere robar. Ya insistió varias veces. Yo espero a mi marido que está en el edificio aquél. Al tiempo en que se vuelve, sobre su asiento, para señalarle, atrás, al policía, cuál es el edificio, advierte una muchedumbre reunida en la calle. Señora, ha ocurrido un accidente y necesitamos despejar la zona. ¿Un accidente? Le pedimos que estacione el coche en otro lugar. Vuelve a subir el vidrio y abre la puerta. Deja las llaves junto al volante. La muchedumbre reunida en la puerta del edificio. Por lo que alcanza a ver, un cuerpo desnudo boca abajo yace en el suelo. ¿Qué pasó? Un hombre calvo, con bigotes, dice se tiró. N. piensa en la escena de un crimen. Ella es Scarlet O’Hara. Por los ojos azules, la boca pequeña. Y porque tiene a su galán. N. había dicho vayámonos a Mar del Plata. Rubén se incorporó de la cama, la buscó en el baño, abrió la puerta y le dijo es un día hermoso, hay sol y viento. Mirá cómo está el cielo. Voy a cancelar el ensayo de hoy. Vos primero vas a dejarla, yo te voy a acompañar. A la gente le gusta el morbo. El hall del edificio tiene un espejo grande y está todo decorado, hay un sillón y una lámpara de pie. Están evacuando. N. quiere irse, pero dejó las llaves en el auto. Empieza, despacio, a caminar. Es una suerte que se haya puesto ropa cómoda para el viaje. Ojalá a Rubén le vaya bien con la obra. Una versión que adaptó de Panorama desde el puente en la que el personaje de Eddie Carbone es en realidad una mujer. El día de la audición de Carolina, Rubén volvió a casa contento de haber encontrado al personaje. Es perfecta, le dijo.



Jurado: Sergio Frugoni, Emiliano Orlante, Andrea Sabarís García


miércoles, 1 de noviembre de 2017

Tropos Literato 2017




Bases y condiciones:
1. Podrán participar del concurso literario los alumnos y ex alumnos (egresados en los últimos diez años) de todos los departamentos del I.S.P. “Dr. Joaquín V. González”.
2. El jurado de cada categoría estará integrado por tres docentes del Departamento de Lengua y Literatura. En caso de que no se pudiera conformar un jurado de estas características, los organizadores podrán convocar a otras personas que cuenten con reconocimiento dentro del ámbito específico.
3. El concurso consta de dos categorías: cuento y poesía.
4. Cada participante podrá participar, con una obra inédita, en una de las categorías.
Cuento: Tema libre. Lengua castellana. Fuente Times New Roman, tamaño 12, interlineado 1,5. Extensión: hasta seis (6) carillas tamaño A4
Poesía: Tema libre. Lengua castellana. Fuente Times New Roman, tamaño 12, interlineado 1,5. Extensión: hasta dos (2) carillas tamaño A4.
5. Presentar el texto, firmado con seudónimo, en archivo .doc o .pdf y enviarlo por mail a la dirección que figura en estas bases. Aclarar, en el cuerpo del correo, nombre, apellido y datos de contacto. El asunto del correo debe llevar el nombre de la categoría en la que se presentará el texto ("Cuento" o "Poesía").
6. Las obras se recibirán hasta el 23 de noviembre del 2017 a las 22:00 hs. La sola participación en el concurso autoriza a los organizadores a publicar las obras presentadas en el blog del certamen, troposliterato.blogspot.com.
7. La presentación de una obra en este concurso implica la aceptación, por parte del autor, de las presentes bases.
8. El jurado decidirá, para cada una de las categorías, dos menciones y un primer premio.
http://www.troposliterato.blogspot.com
Contacto: troposliterato@gmail.com