Fénix
Me enredo;
en la brisa nocturna
me pierdo.
Clamando;
a través del bosque
en silencio.
Así es como muero.
***
El
viaje más largo
De
intentarlo, sudan los escalones sobre los que paseas.
Absorbes
el tiempo que se detiene en tus ojos,
como
quién sacude un árbol hasta vaciarlo.
Suspiras
y el mundo que emanas
se
parece al silbido híbrido del otoño por llegar.
Te
colmas de razón de vez en cuando;
aún
no sabes el destino que otorgarle
al
sinsabor de tus sueños encallados mar adentro.
Deseas
partir, más de lo que un realista debe desear;
las
botas listas, valijas en mano…
Una
colección de sellos suscita una sonrisa en tus labios.
Desde
siempre conoces las garantías de los exilios.
Tus
pupilas se aferran al despliegue familiar de las aves migratorias.
Desciendes,
recorres
el infinito resurgir de los instantes acumulados tras los años.
Calma.
La
arena tibia sacudiéndote la espalda te despierta de aquel sueño.
La
irrelevancia se ha percudido en tu tez oscura.
Mientras,
te mientes para no detenerte.
Sufres
por aquellos ojos que te han suplicado alguna vez.
Pero
la bruma se espesa y los rostros se agotan en el olvido.
Amas,
lo sabes.
Eres
el tenaz reflejo de la dulce mirada del deseo.
Te
sacuden los recuerdos de todos los labios
que
has olvidado en el silencio.
Un
ceño fruncido, la mirada profunda,
el
despliegue de los surcos tras el amor.
***
Becuz
-
Mmm.
-
Vale, soy yo. ¿Estás despierta?
-
¡No! ¿Qué hora es?
-
Las cuatro.
-
¿Qué pasa, Lau? ¿Estás bien?
-
No puedo dormir.
-
Lau, tengo que dormir…
-
Tuve un sueño, Vale.
-
Ya sé, Lau. Mira la tele, anda
a caminar.
-
¿A caminar? ¿Estás loca?
-
No sé, Lau. Dibujá. O escribilo
y mañana me contas.
-
¿Puedo ir a tu casa?
-
Ya te dije que no el otro día.
Voy a cortar, Lau. Anda a dormir.
-
Pero Vale…
-
Chau Lau. Te quiero. Corto.
Chau.
Y se corta la comunicación.
Laura está recostada en la cama con el celular en la mano.
Cuando se cansa de observar el brillo de la pantalla se incorpora en la cama y
no enciende la luz. Se queda un instante adónde está, sentada tomándose las
rodillas. Las líneas de luz que se filtran a través de las rendijas de la
persiana se proyectan sobre la pared y parte de su cara. Se acomoda la remera
de Sonic Youth que usa para dormir y se levanta de la cama. Va descalza hasta
la cocina, abre la heladera y agarra una manzana. Vuelve a la cama con la
manzana y se sienta contra la pared.
Siempre había querido romper con la normalidad. Y cuando le
ofrecieron hacer una nota para una revista de proyectos musicales de la
facultad no lo dudó. El problema eran las fotografías. El chico que había ido a
la casa para hacerle la entrevista le dijo que unas fotos estarían bien para
ilustrar la nota. Se encontró a sí misma, a la chica a la que tanta
indiferencia le daba la superficialidad del mundo, con deseos de echarse a
perder por completo. La decisión de aceptar las fotos había sido motivada por
una idea clara. La idea de que el desarrollo personal dirigido por la voluntad,
el esfuerzo, la imaginación, era la única forma de proyectarse. Y salir en una
revista era una oportunidad que no podía dejar pasar. Pero desde que la
fotografía salió publicada, Laura había notado un cambio perceptible en su
actitud. Le daba rechazo que se le acercaran personas completamente
desconocidas en las reuniones o que sus amigos y conocidos hicieran comentarios
sobre sus labios sensuales o sus hermosos ojos verdes. Nunca había pensado en la
suavidad de sus hombros ni en la tranquilidad de su sonrisa, no en esos
términos, al menos.
Laura termina la manzana y va hacia el patio. Es una noche
de estrellas. La luna no se ve pero sí su resplandor. Laura tiene los
antebrazos tatuados con dibujos que ella misma diseñó. En el izquierdo un
árbol: una araucaria dibujada en un estilo simple y líneas precisas. En el
derecho, un pez: una carpa oriental dibujada con especial cuidado y exactitud
en los detalles. Laura se observa los antebrazos mientras intenta comprender
cómo suceden las cosas, las decisiones y los caminos divergentes, que son tan
insondables como las múltiples posibilidades planteadas por la física cuántica.
La otra noche, viendo un documental sobre la supuesta evolución de las primeras
formas de vida en la Tierra, Laura había llegado a la conclusión de que si todo
era una sucesión de hechos fortuitos nada tenía que hacer respecto a las
decisiones que ella misma pudiera tomar. En consecuencia, creía que tomar
decisiones era importante y que al mismo tiempo no había forma de evitarlas.
Encontraba en esta dualidad un desafío interesante. Si se le había otorgado la
oportunidad de advertir esta situación, entonces tenía que haber alguna
esperanza. Si la naturaleza se había desarrollado sin la incidencia de una
conciencia dirigida, ella misma podría jugar con la realidad de sus conductas
para posicionarse en otra realidad que le permitiera ser otra posible.
Laura ahora vuelve a la habitación y
busca un grabador de periodista que guarda en el cajón de la mesa de luz. Lo
encuentra y comprueba que funcione. Presiona Rec. Graba unas palabras.
-
Imposible. Estallido.
Brillante. Zapatilla. Respiración.
Stop. Rewind. Play.
-
Imposible. Estallido.
Brillante. Zapatilla. Respiración – dice la voz en el grabador.
Una voz que no es su voz. Una voz para los demás. Como la
imagen de la fotografía en la revista. Una imagen para los demás. Se pregunta
cómo sería jugar con las posibilidades. Cómo sería hacer lo que no haría nunca
en circunstancias normales. Ser una y ser otra. Crear un nuevo orden de pautas
para oponer a la realidad visible. Enciende el grabador, presiona Rec.
-
Prenatural –dice.
Stop.
Se aburre del grabador y lo deja en el suelo. Enciende el
amplificador. La guitarra eléctrica está conectada. Conecta los auriculares y se cuelga la
guitarra. El pequeño punto de luz rojo del amplificador sobresale en la
oscuridad de la habitación. Laura toma una púa y empieza ensayar los acordes
disonantes acostumbrados. En la habitación no se oye más que el rasgueo sobre
las cuerdas. El sonido viaja en su interior en ondas eléctricas a través de los
auriculares. En el sueño se veía a ella misma en un gran afiche publicitario de
una importante marca de cosméticos. Un gran letrero reproducido una y mil veces
en distintas partes de la ciudad. Y en un momento una voz reconocida y a la vez
extraña, proveniente de ningún lugar, repetía “becuz, becuz, becuz”, con insistencia. Laura recuerda este detalle
mientras se mueve al ritmo de sus acordes imposibles, parada en la oscuridad en
el centro de la habitación con la guitarra colgada.
Vuelve a tomar el grabador y graba:
-
Becuz. Becuz. Becuz. Becuz –en
diferentes entonaciones.
Luego conecta el pedal delay. Lo enciende y acerca el
grabador al micrófono de la guitarra. Presiona play y la voz grabada ahora le
parece reconocible, es la voz del sueño, su voz, ¡la voz para los demás! El
micrófono de la guitarra toma el sonido del grabador y el efecto delay hace
multiplicar las distintas entonaciones de la palabra becuz en un infinito sonoro que aturde a Laura y la llena de
excitación. Los paisajes sonoros en su interior comienzan a alejar la sensación
del sueño. Las voces se proyectan multiplicadas becuz becuz becuz y Laura le agrega distorsiones y chasquidos que
se comienzan a fundir con las palabras en una pared de ruido infernal. Entonces
decide desenchufar los auriculares y el sonido surge en toda su magnitud en la
habitación. Sube el volumen del amplificador casi al máximo en un trance de
ruidos y rebotes sonoros becuz becuz
becuz, va hasta la cama sin dejar la guitarra y se para sobre el colchón,
atravesada por los rayos de luz provenientes de la calle y que se filtran por
la persiana. Hasta que oye que alguien golpea la puerta con fuerza y decide
bajar de la cama de un salto y apagar el amplificador. Se recompone unos
segundos, enciende la luz y abre la puerta.
-
¡Estás loca, pendeja! –le grita
un hombre alto con una expresión de odio en la cara.
-
Sí –le dice Laura.
-
¡Ehhh! ¿Cómo vas a hacer este
ruido a esta hora? ¡Estás loca!
-
Sí –le vuelve a decir Laura.
-
Escuchame una cosa, pendeja –el
hombre la señala con un dedo-, si llegas a volver a…
-
Vayase a la mierda –le dice
Laura y le cierra la puerta en la cara.
El hombre vuelve a golpear la puerta con violencia y por un
momento Laura comprende que las cosas se pueden complicar. Sin embargo, ante la
indiferencia de Laura el hombre parece abandonar todo intento y desparece con
sus insultos. Laura enciende la luz del baño, va hasta el botiquín y se mira un
instante en el espejo. Tiene ojeras y una mueca de felicidad. Observa que tiene
dos uñas rotas, le sangran los dedos. La sangre gotea sobre la loza del
lavatorio y estalla en filamentos al contacto con el agua. Abre la canilla y se
enjuaga las uñas. Luego se aplica agua oxigenada y se venda los dedos con una
gasa. Apaga las luces del baño y de la habitación. Se acerca a la ventana y
espía por la persiana. La calle está vacía y quieta, como una imagen de ensueño
saturada en color naranja. Va hacia la cocina y se sirve un vaso de agua de la
canilla. Después se acuesta en la cama, se da vuelta hacia la pared y se
duerme.
***
Emilito
Bueno, está bien, te lo concedo. Emilito es circunspecto, discreto, reservado hasta la
exageración; casi se podría decir que sufre de autismo, pero no tiene nada de eso. Es apenas
un niñito zombie. ¿Por eso no merecía ser adoptado? ¿Sabés por todo lo que pasó? ¿Sabés los
abandonos que sufrió? No tenés idea, ¿no es cierto? Deberías respetarlo mínimamente.
Vos conocés todos los trámites que hicimos, no hace falta que te lo recuerde. Diez años en
el trámite de adopción, diez, apenas uno menos de los que llevamos de casados. El anhelo que se
nota en los ojos de la Fabiana cada vez que lo mira... Y eso que el pibe no hace mucho, no se mueve
como un nene de los que conocemos, para nada. Está parado ahí, mirando hacia el cielo, se balancea
un poco, se babea. ¿Y? ¿Por eso tenemos que discriminarlo? ¿A vos te mordió, te persiguió con los
brazos extendidos hacia adelante? No, ¿no es cierto? ¿Entonces? ¿Qué más explicación querés? Vas
a tener que aceptarlo como un miembro más de la familia. Y heredará todo, porque ya el juez nos
otorgó la adopción plena. Te guste o no, le parezca bien a la sociedad o no, qué nos importa. Que
hagan todas las marchas y escraches que quieran. Que vengan todos los medios que quieran, manga
de hijos de puta, por qué no se van a filmar el orto. Bueno, perdón, me termino sacando. Qué querés
también, diez años de trámite, y cuando por fin lo logramos, estos pelotudos que tenemos como
vecinos se vienen a hacer los no sé qué, hijos de puta.
A lo mejor vos y todos estos querían que hiciéramos una adopción como ellos o vos
mismo la hubieras hecho. No, eso con nosotros no va. Nada de adornar jueces ni andar haciendo
beneficencia con esas pendejas que te dan a su pibe por dos bolsas de arroz. Después qué le
decíamos al pibe: “No, mirá, sos un fracasado y un infeliz porque tu madre biológica era una nena
de 11 años violada por su tío alcohólico, y toda esa familia de desclasados y animales te dejaron
en nuestra casa a cambio de una tarjeta para viajar en colectivo”. Y qué íbamos a hacer entonces,
eh, contáme. Nosotros siempre con la verdad, siempre. A la verdad no hay que temerle, carajo. Sí,
nuestro hijo es zombie. Te repito, ¿lo viste andar por la vereda gritando que le apetece un cerebro
Pero por favor, al que no le guste se puede ir bien a la mierda, o a donde putacarajo
quiera. ¿Te acordás con qué ilusión empezamos el trámite? Y sí, no tuvimos hijos y no nos
quedamos llorando por eso. Salimos a buscar un hijo adoptivo. O vos te salteaste la clase de
Historia donde explican que en las sociedades griegas y romanas era lo más común. César adoptó a
Bruto, te recuerdo, y así le pagó ese pendejo malaprendido. Nosotros adoptamos al Emilito, quien,
así como lo ves, a veces nos sonríe, a veces hasta parece que nos está mirando. Nos cansamos de
ver en el juzgado a las otras familias, que salían con hermosos bebés, rozagantes, llorando todos de
emoción o vaya a saber de qué. Y nosotros seguíamos en esa cola infame. Todas las veces que nos
citaban al juzgado preparábamos la habitación, salíamos con el bolso explotando de ropita, de
pañales, con la mamadera llena de leche maternizada, calentita dentro de su termo, hasta con los
formularios de la obra social para inscribir al nuevo beneficiario. Hijos de puta. El juez, los otros
adoptantes, y todos los empleados de ese juzgado de mierda. Sí, se nos reían. Vos lo sabés. Se nos
cagaban de risa. Por nuestra obstinación, tal vez. Vimos empleados ingresar, crecer en sus puestos,
y salir del juzgado como secretarios de otro juzgado. Los vimos emparejarse, los felicitamos en sus
casamientos, asistimos a todas sus vidas de mediocres oficinistas, burócratas de la justicia de
mierda que la sociedad sabe darnos. Ojalá les caiga un rayo en el orto a todos, desde el juez hasta el
policía de la puerta. A ese lo tengo bien junado, hasta parecía que arreglaba los francos para estar
siempre cuando nos tocaba ir a nosotros. Lo vimos volverse calvo y arrugarse todo, pero jamás
abandonó esa sonrisa socarrona cuando nos abría la puerta.
Y todos nos decían cómo debíamos manejarnos. Que la vecina de una tía fue con unas
monjas de Entre Ríos, que la hija de un amigo del pariente del verdulero llevó un escribano a la
sala de partos de una villa, y qué se yo cuánta basura junta. Claro, después anotan a los bebés como
propios y listo. Pero qué le dicen cuando el pibe empieza a ver que no existen fotos de la madre
embarazada, ¡qué mierda le dicen! Empiezan a inventar boludeces hasta que en un momento la
verdad sale a la luz. ¿Y? ¿Dónde queda la familia y toda su hipócrita construcción de célula de la
sociedad basada en la verdad, la honestidad, el amor? ¿Cómo queda ese pendejo, eh? ¿Les parece
lógico? A nosotros no. Y acá está el Emilito, a su manera feliz, nuestro hijo zombie.
Investigamos mucho el tema cuando entendimos que ese malnacido del juez nos estaba
diciendo la verdad. Lo fuimos a visitar al hogar un montón de veces. Ahí los pibes zombies
viven tranquilos, caminan por el parque lentamente, a veces se chocan entre ellos, pero siguen su
camino sin pelearse, en paz, en una armonía que deberíamos envidiar. Cómo nos indignaban esos
paredones, esas rejas electrificadas. Hijos de puta, cada tanto un pibe no se daba cuenta y en su
vagar feliz y despreocupado se topaba con una reja que le daba una descarga que ya quisieran tantas
industrias del país para sostener su alocada producción de objetos inútiles. A lo mejor no te acordás
que salió en los diarios lo que pasó aquella tarde en que un sabotaje que hicieron los miembros de
la empresa eléctrica contra el gobierno dejó sin energía a toda la provincia. Esa tarde luminosa los
pibes chocaban felices contra las rejas, por primera vez sin ser rechazados por esa quemante fuerza
invisible. Y un par se salieron, viste. Los vecinos empezaron con sus quejas de siempre: que andan
comiendo gente, atacando a inocentes, mordiendo discapacitados, que si uno te agarra no te morís,
sino que quedás zombie también. Pero por qué no se callarán, manga de ignorantes. ¿Lo ves a
nuestro Emilito? Mirálo bien, ¿te parece un caníbal?
Es verdad que existen zombies así, pero son los menos. Les agarra como una rabia, como
una especie de hidrofobia zombie. Se vuelven locos, les sale espuma por la boca, y todo eso.
Pero los pocos casos que se registraron fueron investigados científicamente, y la conclusión es
terminante: esa rabia les viene cuando perciben la hostilidad del humano no zombie. ¿Entendés?
Ellos también buscan amor. Todos esos zombies asesinos, terroríficos y repelentes son inventos
de las películas. Siempre los poderosos buscan meternos la misma idea: el diferente es peligroso,
matémoslo. Y creéme que la industria del cine está en manos de los poderosos de este mundo. ¿Vos
querés matar a mi Emilito, le querés clavar una estaca en un ojo, le querés reventar el cráneo a
balazos? Mirálo te digo, ni se movió en todo este rato.
Hay imbéciles que dicen que tienen olor, que no se lavan, qué se yo cuántas cosas más.
Claro que tienen olor, ¿vos no? Probá no ponerte desodorante un día. A mitad de la mañana vas a
tener el olor de tres Emilitos juntos. No se sabe si los zombies son muertos o qué, y qué importa.
Basta con eso de andar etiquetando a la gente. Lo único importante es si son malas o buenos
personas. Y el Emilito es una excelente persona. Y no, no habla, no da discursos, no mira tele,
qué se yo. Tampoco rompe las cosas de la casa, o nos falta el respeto, o está tirado en la esquina
chupando cerveza, o fuma drogas, viste. Hay que verle el lado bueno a las cosas, no te parece. Es
un encanto, Fabiana está felicísima. Le dijimos a Mariela que se quede todo el día, ahora nos limpia
la casa, y también se ocupa del Emilito. Lo baña, lo cambia, le cepilla los dientes, una divina. Se
llevan rebién. Ella lo va llevar a la escuela, mañana lo va a anotar. Con la combi nos va a salir un
poco caro, pero bueno, todo sea por la educación de nuestro hijo, que es lo más importante que
podemos dejarle. Y que se les ocurra discriminármelo, te juro que primero les hago un juicio y
después les prendo fuego la escuela con todos los pibes adentro.
No, no, no come mucho. Casi te diría que no come nada. Me parece que no lo necesita.
Las webs de crianza de zombies concuerdan en que si no quiere comer, que no coma. No lo puedo
obligar, y no lo voy a obligar, que crezca en total libertad. Libertad, amor y educación. Siempre
soñamos en que eso es lo único que le daríamos a nuestro hijo, cuando lo tuviéramos. Fabiana leyó
centenas de libros sobre bebés y niños: todo Winicott, todo Dolto, todo Bucay. Compró los DVD de
Socolinsky y hasta se anotó en los cursos intensivos de una tal Gutman. Digamos que tenemos bien
planeado lo que hacemos con Emilito. Y no nos trae ningún problema. Si no se quiere acostar, que
no se acueste. Si no quiere mirar la tele, que no la mire. O me vas a decir que esos pibes que roban y
matan no se acostaban cuando sus padres o quienes los criaban se lo ordenaban.
Mirálo cómo se asoma a la ventana. Es una cosa de locos, bonito como él solo. Se
pasa varias noches así. Mira al cielo, como si contara las estrellas. Pero, claro, acá, en medio
de la ciudad, qué va a contar, pobrecito. Le pusimos una barrera de smog, polución, toda la
contaminación posible para que un pibe soñador y sensible como el Emilito no pueda mirar las
estrellas. Apenas si se ven una o dos. Ya lo vamos a llevar al campo, o las montañas, para que vea
todas las estrellas que quiera, ¡se va a volver loco! Si parece que me escuchó, mirá como levanta el
Pará, qué es eso. Parece un camión que se acerca. ¡No, Fabiana, no es nada, es un camión!
Está mirando la novela. ¡Ya sé que está vibrando todo, quedate tranquila, por dios! Pero la puta
madre, qué mierda es eso, mirá cómo tiemblan los vidrios. ¡Pará, Emilito, dónde vas! ¡Salí de
la ventana! ¡Salí, salí, salí! ¡Ay, la concha de la lora, me clavé un vidrio en el ojo! ¡Qué, no te
entiendo, Fabiana! ¡Cómo que salió volando! ¡No, él no rompió la ventana, solamente se acercaba
cuando temblaba todo! Vamos al patio, vamos a ver si el Emilito se cayó para afuera. ¡No, no. no!
¡Emilito, Emilito! ¡Vení, mi amor, agarrálo de la pierna! ¡Vos también, ayudáme! ¡No, no, pará
Emilito, parááááááá! ¡Se va, se va, agarrálo! ¡No, nooooo, Emilitoooooooo! ¡Sí, ya sé que es un
plato volador, pelotudo, ya sé, ya lo sé! ¡Juez hijo de puta, hi-jo-de-mil-pu-tas! ¡No era zombie, nos
mintió otra vez, se nos cagaron de risa otra vez! ¡Cómo mierda no nos dimos cuenta de que era un
1 comentario:
Frase final del cuento "Emilito":
"¡Cómo mierda no nos dimos cuenta de que era un pibe alienígena, me cago en la puta madre!"
La agrego porque salió incompleta! Gracias!
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